sábado, 29 de agosto de 2015

CAPÍTULO 3 ¡¡ Qué llega San José!!

Aún faltaba una  semana para San José y en la casa de  Pedro no  se hablaba de otra cosa que de la preparación de los festejos.

Como una hormiguita se madre, la Casilda de Periquete, había ido  guardando en un puchero gorda a gorda, peseta a peseta, las  "perrillas"  necesarias para poder afrontar   los gastos que  se avecinaban que no iban a ser pocos. María,  la   hermana de Pedro, ya  tenía
preparado su traje nuevo para las fiestas. 

La Casilda se las apañaba bien con la costura y se lo había confeccionado ella  misma con un retal que había comprado en la "Tienda Chica de Castuera. Lo del traje de Pedro resultó más complicado ya que su madre no  lo   pudo "rematar" y se lo tuvo que llevar a la Sastrilla para que   lo acabara.
Pedro Manuel, el marido de Casilda,  trabajaba en el   molino de la Rana y en faenas del campo. En los ratos  libres iba encalando la fachada de la calle. Siempre      estaba refunfuñando porque  no le gustaba esa faena  pero seguro que estaría terminada para la ocasión.

La Casilda quería pintar el interior de la casa ya que     con la humedad habían salido varios manchones que, además, se veían desde la calle.   Había avisado a  Manuel "el Pintor" que era el especialista en la  materia y era el único para hacer unas cenefas
preciosas que adornaban toda la casa. Manuel  le había contestado que tenía   un montón de faena para esos días y no sabía si le daría tiempo. 

-Pedro, levántaté ya que tenemos que ir a por tierra de color ya que si
Manuel no   puede venir pintaré yo la casa-dijo Casilda. Pedro se levantó, echó agua  del jarrillo  en la palangana y se lavó la cara  usando el jabón de piedra que  su madre había hecho días atrás con aceite  usado y sosa cáustica.

Cogieron una espuerta y un zacho y se dirigieron al “Terrero”(estaba  situado en la falda de la sierra por encima del Rabo. En él había unas vetas de tierra de color. Esta tierra diluida en agua servía para pintar las casas).
Ese día el “Terrero” estaba muy concurrido y tuvieron que esperar a que un buen rato hasta que pudieron empezar a cavar con el zacho y extraer la tierra suficiente para llenar la espuerta. Una vez acabada la faena iniciaron el regreso a casa parándose de vez en cuando ya que la tierra que llevaban pesaba lo suyo. Casilda se llevó una alegre sorpresa cuando desde la casa de Manolito divisó a
Manuel el Pintor esperando en la puerta de la suya
con un par de brochas bajo el brazo.
-Buenos días Manuel, gracias por venir, pensaba que no lo harías y estaba dispuesta a   empezar yo la faena pues San José no se     merece que en su día esté mi casa tan impresentable-le comentó Casilda como saludo.
-Buenos días Casilda.
-Ayer me quedé hasta las tantas de la noche para acabar la casa  de la Perica y hoy tengo que acabar la tuya. Trae la tierra que empiezo  ahora mismo- le  contestó el Pintor.
Manuel cogió la espuerta con la tierra, recorrió el amplio pasillo    que llevaba hasta el corral y en un cubo mezclo la tierra con agua para preparar la pintura. En unos minutos estaba trabajando.  Seguro que para cuando llegara la noche habria terminado de pintar todo el pasillo de la casa con cenefas incluídas.¡Todo un crack!, si señor.

A medio día la Sastrilla les mandó el traje de Pedro ya terminado. La Casilda llamó a Pedro para que se lo probara y comprobó que le quedaba perfecto.

Después mandó a Pedro a casa del barbero, que vivía en el cerro de la calle Arriba, para que le cortara el pelo. 
No se lo tuvo que repetir dos veces ya que Ñoño, el barbero, era una persona muy agradable que siempre estaba contando chistes y chascarrillos que a Padro le encantaban.
A Pedro le parecieron interminables los días que faltaban para San José. A media mañana del día 17 estaba jugando con sus amigos en la carretera cuando vieron asomar por la Zanja el primer carro. Todos alborozados corrieron a recibirlo y lo acompañaron hasta la puerta del Moscatel que era el lugar donde cada año el feriante montaba su tienda. Se sentaron en la calzada de la María de Galito y allí permanecieron como hipnotizados un par de horas viendo
como el feriante sacaba del carro listones de madera con los que fue formando el armazón de la tienda. Luego colocó por encima unos toldos enormes que caían por los laterales llegando hasta el suelo. En ese momento Pedro y sus amigos se fueron otra vez a la carretera porque sabían que otros carros estaban a punto de llegar.

Se pusieron a jugar al balón y a los quince o veinte minutos aparecieron varios carros. Corrieron a recibirlos y los acompañaron

hasta el pueblo con gran algarabía. Una de las tiendas recien llegadas era la favorita de Pedro y sus amigos: la de Fernando con sus escopetas de plomos.

A media tarde llegaron otros dos carros y las famosas "Barcas de Narciso" que, como cada año, montó en la Plaza.
El día dieciocho continuó el mismo ajetreo de idas y venidas a la carretera y a media mañana la calle Corredera estaba repleta de tiendas desde la Plaza hasta la puerta de Carnera.
Aunque las tiendas estaban cerradas hasta que pasaba la procesión el ambiente festivo reinaba en el pueblo ya que la víspera de San José había baile y la gente no se quedaba en casa.
Aquella noche Pedro estaba tan nervioso que casi no pudo pegar ojo. Con el canto del primer gallo dio un salto de la cama y se levantó. El "Gran Día" había llegado.

-Buenos días hijo. ¿Por qué te levantas tan temprano?-le dijo su padre que estaba encendiendo la lumbre en la cocina. Sientaté aquí que a estas horas hace un poquito de frío-.
Al poco tiempo se levantaron Casilda y María. La madre retiró el puchero del café que Pedro Manuel tenía en la lumbre. Preparó cuatro tazones con leche de cabra y  le añadió el café que aún estaba humeante. Con unos terrones de azúcar y pan del día anterior el desayuno estaba listo.

A eso de la nueve Pedro y Maria se fueron a la carretera para ver llegar al gran número de devotos que San José tenía en Castuera y que ese día venían a Benquerencia a depositar su limosna, a cumplir alguna promesa, o simplemente a asistir a la misa de San José.
A Pedro y María lo que más les impresionaba era comprobar como muchos de ellos venían descalzos y al llegar a la Calleja se ponían de rodillas y subían así hasta la misma Iglesia. ¡¡Increíble!!

A eso de las diez Pedrito y su hemana regresaron a su casa para "vestirse de gala" como hacían cada año en esta fecha.

A las once toda la familia se marchó a misa. Cuando llegaron  la Iglesia ya estaba casi llena. Se colocaron de pie al lado del púlpito en uno de los pocos huecos que quedaban.
Al terminar el tercer repiqueteo de las campanas comenzó la misa. En esta ocasión era concelebrada por tres sacerdotes.

A Pedro la ceremonia le pareció eterna pero al fin terminó  y, después de algunos empujones, cuatro personas cogieron a San José y comenzó la procesión. Un enorme río de gente desembocó en la calle Corredera y lentamente acompañó al Santo hasta la puerta de Eugenio Calderón donde dieron la vuelta e iniciaron el regreso a la Iglesia.

Pedro y sus amigos se quedaron en la puerta de la Hermandad porque sabían que las tiendas se abrían
nada mas pasar la procesión y querían vivir in situ esos emocionantes momentos. Poco a poco, como si pasaran revista, fueron inspeccionando las tiendas para comprobar si estaban todas o había alguna nueva. 
Entre la casa de Carnera y la del Chiquitín estaba "el señor de negro" que colocaba una paloma detrás de una madera asomando la cabeza a la que había que disparar con flechas de escopeta de plomos. Si acertabas te llevabas la paloma.

Era increíble la habilidad que tenía este hombre. De vez en cuando hacía una demostración de lo fácil que era darle. Se ponía de
espaldas a la paloma con la escopetilla al revés mirando a tráves de un trozo de espejo y disparaba. Siempre acertaba a la primera.

También era clásico de aquellos años las fotos que hacía Pascual en la puerta del Chiquitín. Tenía distintos decorados que colgaba de la pared. Cada uno elegía el que más le gustaba y se fotografiaba delante de él. También tenía la típica vespa, el caballo grande y el pequeño. 

Seguía la tienda del turrón de los hermanos Conde de Castuera, un tenderete que ponía la Loreta, la tienda de tiro de Fernando y cuatro o cinco tiendas de juguetes que llagaban casi hasta la puerta de Antoliano. 

Delante de la casa de Galito colocaba Narciso su artilugio. Consistía en un péndulo de unos cincuenta centímetros de largo con
el que había que derribar un pequeño cono de madera situado en su trayectoria.

Al lado estaba "La Ruleta"  un círculo hecho con puntas clavadas a unos dos centímetros unas de las otras. Al final del brazo giratorio había un trozo de naipe que era el que se paraba entre dos puntas cuando el impulso se acababa. Los premios consistían en  un caramelo, un cigarro, algún que otro puro, bolas de confite, un
globo, paloduz, barra de regaliz, etc. Había cuatro premios mayores: cuatro billetes de una peseta que no tocaban nunca porque las cuatro puntas donde estaban colocados estaban clavadas unos milímetros más alejadas del centro y el naipe,como no rozaba en ellas, nunca se paraba allí.donde era muy difícil ganar ya que las puntas de los premios estaban más retrasadas que las otras y al no haber roce no se paraba casi nunca. Pedrito y sus amigos lo sabían y no jugaban, pero, siempre había alguien que picaba. 

En la Plaza estaban las barcas de Narciso que eran el delirio de la muchachada. Era increible la velocidad que cogían. No daban la vuelta porque la madera donde estaban colgadas lo impedían.Una  vez pasada la procesión Pedro y sus amigos esperaron con impaciencia a que Fernando subiera los toldos de su tienda de tiro. 

Nada más hacerlo cogieron las escopetillas de plomo y empezaron a derribar las bolas con bastante puntería.

Tres plomos una peseta y cada bola abatida suponía un caramelo o un cigarro si el tirador era adulto. 

El tiro a las bolas era el más sencillo. Por orden de dificultad seguía romper una cinta de papel de dos o tres centímetros de ancha. Había que dispararle varias veces hasta conseguir dividirla en dos mitades. El premio era una pequeña muñeca, un peluche, un monedero o cualquier cosita que le parecía adecuada a Fernando.

También había la rotura de palillos con cigarros o llaveros de premio.
Los mayores hacían apuestas (normalmente pagar una ronda de vino o pagar los balines) disparándole a unos alfileres. Lo más difícil era darle a un plomo de  escopeta colocado encima de una bola sin tocar ésta.

Pedro y sus amigos no pararon en todo el día de recorrer las tiendas en un y en otro sentido aunque lo normal era verlos en las barcas o en la tienda de Fernando.

Ya por la noche la Casilda y su marido lo encontraron cuando iban al baile y le invitaron en la tienda del turrón de los hermanos Conde. Pedro se cogió un cortadillo y un trozo de calabazate.Los cortadillos eran unos ricos dulces típicos en las fiestas de San José ya para otras fechas no se fabricaban. ¡¡Qué ricos estaban!!


María tenía dos años más que su hermano Pedro y, como era natural, se divertía en las fiestas de forma totalmente distinta. Al terminar la procesión se reunió con sus amigas Rosa y Carlota para visitar las tiendas. Las tres iban guapísimas con sus impecables trajes estrenados esos días. 

Lo primero que hicieron fue comprarse cada una su pelota con goma elástica.

Después jugaron un par de veces en la ruleta pero no tuvieron suerte. Un par de chicos de Castuera las invitaron a turrón pero ellas no aceptaron. Una vez que volaron los moscones decidieron ir al baile de Molinilla. 

Las chicas no pagaban así que subieron las empinadas gradas para llegar a la segunda planta. El salón estaba abarrotado. En los laterales había una hilera de sillas en las que estaban sentadas algunas madres para vigilar que el baile con sus hijas fuese "decoroso". En la pared  que daba a la calle tres puertas dejaban el paso a un balcón corrido que siempre estaba ocupado por personas en animada conversación. 


En un altillo a la izquierda de la barra estaba la orquesta que, este año, era de Siruela y la formaban  tres músicos que tocaban acordeón, clarinete y saxo a los que acompañaba el paisano Julián con la batería. 

María y sus amigas bailaron varias piezas y cuando se cansaron decidieron salir a dar una vuelta por las tiendas y comerse unos cortadillos. 
Una vez que repusieron fuerzas subieron la empinada cuesta de la taberna de Elías y entraron en el baile que había en el casino de la Churrera. También estaba lleno de parejas que en ese momento bailaban el pasodoble España cañí. Se sumaron a la fiesta ya que a todas ellas les encantaba el baile. Allí pasaron el resto de la tarde hasta que, ya cansadas, dieron una vuelta por las tiendas, compraron chucherías a la Loreta, unos helados a la Gobierna y se marcharon para sus casas.

La Casilda estaba terminando de preparar la cena. Esa noche era especial: Había matado un gallo del corral y lo había cocinado al ajillo  acompañado de patatas fritas.
-Pedrito ve a buscar a tu padre y le dices que la cena está en la mesa- ordenó Casilda.

El chaval salió disparado a cumplir la orden porque sabía que tenía la oportunidad de hacer una parada en la tienda de tiro y luego buscar a su padre que estaría seguro en el casino de la Micaela.
Después de disparar unos plomos entró en el casino cuya barra estaba totalmente abarrotada de benquerencianos tomando sus rondas de vino blanco siempre acompañadas de unos buenos
aperivos preparados por la Micaela. Juan, que estaba sirviendo detrás de la barra, miró al chaval y le

preguntó:-¿Buscas a tu padre?. Está dentro, en la otra sala. 

Pedro salió por la puerta lateral que daba al pasillo de la casa y se dirigió al lugar indicado. Allí se encontraba Pedro Luis y diez o doce parroquianos que celebraban a su manera las fiestas de San José. La Micaela les había preparado un par de liebres y ellos estaban dando buena cuenta de ellas regadas con abundante vino de la tierra.

-Buenas noches-saludó Pedro. Todos  contestaron y le invitaron a que probara las liebres. 
-Padre que dice madre que si se puede usted venir para casa porque es muy tarde y la cena ya está preparada en la mesa-
-Dile a tu madre que voy en cuanto terminemos las liebres-
Pedro salió para su casa y le comunicó la respuesta a su madre.

La Casilda, que ya conocía a su marido en estas situaciones, le indicó  a sus hijos que se sentaran en la mesa para comenzar a cenar. 
-Le dejaremos a vuestro padre apartado su plato de pollo porque seguro que vendrá a las tantas y si no me equivoco llegará ya bien "cenado y bebido".
La buena mujer llevaba toda la razón ya que hasta bien pasadas las doce de la noche no regresó su marido eufórico y contento con unos cuantos premios de la caseta de Fernando.
Los tres jornadas festivas pasaron en un abrir y cerrar de ojos. 
Llegó el día 22 y Pedro, como casi todos los niños del pueblo, madrugaron para ayudar y despedirse de los feriantes.
Yo me quedaba remonoleando alrededor de la caseta de tiro. Cuando Fernando levantaba la tienda quedaban en el suelo cientos y cientos de balines, la mayoría deformados por el impacto en las chapas, pero otros muchos estaban en perfecto estado para volver a ser disparados. 
Me tiraba un par de horas agachado pero cada año recogía una buena cantidad de ellos que me servían para mi vieja escopeta Cometa.
Con la partida del último carro el pueblo se quedaba como triste. Desde ese mismo día comenzábamos a contar el tiempo que faltaba para el San José del año siguiente.
FOTOS
Agustina, María y Justo Romero de Tarran, la niña es Basi. Fiestas de San José.

José Nogales(Joselín), Manolo Sánchez(del Cartero) y Manolo(el Gordo de Belmonte) tres buenos mozos en las fiestas de San José
Sabina Ramiro, Isabel de Gironza, Felícitas, Sole y otras/otro en el balcón de Molinilla en un baile de San José
Manolo(yo), Joselín, Jesús de Molinilla, ¿ ? y El Gordo de Belmonte en un descanso del baile de San José.
"El Nene" y Eustaquio en las fiestas de San José
Sabina Calderón, Basi, Engracia Martín y Brígida en las fiestas de San José.
Grupo de benquerencianos celebrando San José

Mi tía Victoria, la abuela Felisa, Otilia, mi tía Antonia y Luisa, mi madre, sentada con mis primos Juan y Leli en las fiestas de San José.

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