lunes, 24 de agosto de 2015

CAPÍTULO 6: ¡¡Venimos de Castellán de comernos un borrego......!!


A media mañana Benquerencia disfrutaba de un día espléndido y luminoso en el que respirar su aire puro era  un placer de dioses y cada rincón del pueblo que miraras multiplicaba por diez su encanto y belleza.
Bueno estábamos a dos de Mayo y eso era normal para esa época del año.

En la casa de Paco y María la Consuelo, su madre, estaba muy atareada en la cocina preparando una tortilla de patatas y freiendo unos torreznos adobados de la matanza. Cuando acabó lo metió todo en una fiambrera de aluminio que dejó sin tapar y la puso encima de la alacena fuera del alcance de los gatos.
Luego fue a llamar a Paco que estaba en la Plaza jugando  con sus amigos y le dijo:
-Paquito ve al corral y me traes el gallo de las pintas colorás.

Regresaron a su casa y en un par de minutos el gallo estaba protestando en las manos de la Consuelo.

La mujer cogió la navaja, "Teodomiro" que le había traído su hijo de la feria de Zalamea y en un periquete el gallo pasó a mejor vida.

 Lo colocó en un barreño con agua caliente y comenzó a desplumarlo. Apartó unas brasas de la lumbre, colocó las trébedes y puso una sartén con aceite y unas cabezas de ajos. Allí se fue cocinando a fuego lento el cantarín animal que sería degustado al día siguiente en Castellán. 


En muchas casas de Benquerencia estaba sucediendo algo parecido.

Era la víspera de la Cruz de Mayo.
Desde hacía muchos años en el pueblo había la costumbre de celebrar el día de la Cruz en Castellán. Se había convertido en una fiesta tradicional que todos los benquerencianos esperaban cada año con mucha ilusión.

Con la llegada de las primeras luces el pueblo fue cobrando vida. Las puertas comenzaron a abrirse y los distintos grupos se fueron formando para recorrer el trayecto de unos cinco kilómetros que separaban a ambos pueblos. 

Entre ocho y nueve de la mañana la comitiva se fue poniendo en marcha con la ilusión y el deseo de pasar un gran día.
El medio normal de transporte que se empleaba era el de "San Fernando" aunque alguna familia llevaba su burro y algunos chavales bicicleta.


Castellán era un pequeño pueblo con una sóla calle y un par de casas a la derecha de la carretera.
Justo detrás del pueblo había una zona encantadora muy verde, con numerosos huertos y pozos. Allí fueron acampando los distintos grupos de benquerencianos a medida que iban llegando. Cada uno trataba de encontrar la mejor sombra.

Paco y su familia eligieron una gran morera al lado de un pequeño pozo que había nada más pasar los primeros corrales y allí colocaron sus bártulos.


Luego llegaron "las de la calle Arriba" y le preguntaron a la Consuelo que si se podían quedar allí a la sombra del mismo árbol. La respuesta fue afirmativa ya que la Consuelo sabía que con estas vecinas la diversión estaba asegurada y no tendrían ni un minuto de aburrimiento. ¡Menudas eran!.

Paco le pidió permiso a su madre para irse con sus amigos porque a las once tenían que jugar un partido de fútbol contra Castellán.


Nada más pasar el pueblo la carretera tenía un ensanche. Allí estabán ya los jugadores de ambos equipos cuando llegó Paco. 

Con cuatro piedras hicieron dos porterías y se dispusieron a jugar el partido. Hubo algunas protestas por parte del capitán benquerenciano ya que Castellán se había reforzado con dos jugadores de Helechal y eso "no estaba contemplado en el reglamento".


Sin que las cosas llegaran a mayores dio comienzo el partido. Este año los locales se lo pusieron más difícil pero los visitantes acabaron ganando por 8-9 ante la alegría del público y jugadores benquerencianos. 

Mientras tanto la procesión había comenzado su recorrido encabezada por D. Vicente, el cura, llevando en sus manos la Cruz de Mayo de siempre. A su lado la Consuelo, la Rosita, la Sabina, la Sole, la Isabel y demás  "Hijas de María" iban entonando las canciones propias del evento. 

Cuando acabó la procesión Paco y sus amigos  se dirigieron al salón del baile que estaba al lado de la carretera. Tuvieron que sacar la entrada porque había que pagar a los músicos de Cabeza del Buey que el dueño del local había contratado para el evento.

 Se tomaron unas gaseosas y estuvieron tonteando con algunas chicas de su edad que había por allí. 

Paco, aunque venía del partido magullado y dolorido, bailó un par de piezas con la Juana. ¡Cómo presumía después con sus amigos!

Cuando llegó la hora de la comida cada uno tomó la dirección de su lugar de acampada.
En cuanto la Consuelo vió llegar a Paco se dirigió a el para "examinarlo".
-¡¡Pero por Diós!! ¡¡Vaya cromo que vienes hecho!!- le espetó como saludo.

Efectivamente el aspecto del muchacho era preocupante. Como había jugado el partido de fútbol traía toda la ropa llena de polvo. En el brazo derecho se había hecho unas erosiones  y cojeaba porque se había pinchado con un cardo en la planta de un pie.


Lo llevó al lado del pozo. Sacó agua con una lata y le estuvo lavando las pequeñas heridas. Hizo que se quitara la camisa para sacudirla y trató de quitarle las espinas del pie.

Era espectacular el verdor que había en  los aledaños de Castellán sobre todo en la planicie que había a la izquierda del camino que salía de la carretera y se dirigía  hacia Cerro Merchán y la Serena incluidas las huertas de la Fidela y Plácido.

El agua era tan abundante que rebosaba en los pozos y corría alegremente aprovechando la leve inclinación del terreno. 

Las de la Calle Arriba no habían regresado del baile y Antolín estaba preparando los avíos para hacerles, como cada año, un buen gazpacho. Paquito se sentó a su lado y vió como Antolín sacaba de la talega dos cuernos con tapadera de corcho en su parte más ancha. 

En la barreña de encina machacó unos ajos, puso miga de pan, añadió aceite de uno de los cuernos y comenzó a hacer la masilla. Posteriormente le añadió el agua, el vinagre y un puñado de  sal que llevaba en el otro cuerno. Le añadió unos trozos de pan duro y tapó la barreña con un cartón para evitar la tentación de moscas, hormigas, avispas y abejorros.

Al poco rato se empezaron a oir las voces y carcajadas de las chicas que venían del baile. Llegaban contentas pero muy cansadas. Se refrescaron con agua del pozo. Tendieron una manta en el suelo y alguna se quitó los zapatos para que le descansaran los pies.

Sobre la manta pusieron un mantel y fueron colocando las diferentes horteras repletas de ricas tortillas y excelentes embutidos propios porque en aquellos años en casi todas las casas se hacía la matanza.

La Casilda colocó su pollo al ajillo al lado de la barreña del
gazpacho y todos se dispusieron a comer en perfecta armonía. 

Pasaron un par de horas muy agradables ya que entre cucharada y cucharada iban contando infinidad de chascarrillos y chistes que provocaban las risas de todos los comensales. Incluso hubo momentos que se entonaron algunas cancioncillas muy famosas en Benquerencia por aquella época.

Cuando acabó la comida recogieron los alimentos sobrantes y los metieron en sus talegas ya que a la caída de la tarde habría que reponer fuerzas antes de regresar al pueblo.


Paco regresó a la carretera  y estuvo jugando con sus amigos hasta que, un poco antes de ponerse el sol, la comitiva de benquerencianos inició el regreso al pueblo. Todos iban muy cansados pero contentos por la bonita jornada que habían disfrutado. Aún les quedaban fuerzas para cantar:

VENIMOS DE CASTELLÁN
DE COMERNOS UN BORREGO
SI NO LO QUERÉIS CREER
AQUÍ TRAEMOS LOS HUESOS

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